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Sobre vivir con miedo...


"Algo que uno no puede describir pero reconoce en cuanto lo siente..."

Crucé el desierto de Durango sin contemplaciones, lleno de ganas de seguir yendo a través de la noche helada, y en eso estaba cuando vi las luces a lo lejos, cuatro faros que se acercaban implacables hasta que lo llenaron todo y tuve que salirme de la carretera para no chocar de frente con el camión, y mi carro voló, cayó, rebotó en el suelo y terminó por estrellarse contra un montículo de cactus.

Cuando desperté estaba sentado a varios metros del carro, ya en llamas, y la explosión me provocó una sensación pegajosa y friísima, más terrible que el viento y las espinas que me escoriaban el cuerpo. Tenía veinte años. "Así que ésto es el miedo", pensé. "Tengo miedo".

Mucho tiempo después volví a sentir algo semejante cada vez que veía un libro de relatos de H.P. Lovecraft (y tanto, que terminé por esconder el volumen poco después de cada mediodía para no tener pesadillas). Pero la ventaja es que mi miedo era pasajero y terminaría olvidándolo tras una temporada de pesadilla.

No todos tienen esa suerte. No la tuvo la mujer que subió a un taxi en Bogotá y despertó horas después, violada y sin dinero, en una orilla de la ciudad. Tampoco la tuvo el empleado que secuestraron tres hombres armados en una calle de la Ciudad de México y lo llevaron de cajero automático en cajero automático hasta que sacó todo el dinero que podía sacar de su cuenta durante el tiempo en que lo tuvieron cautivo. Menos suerte tuvo el mesero que salía de trabajar una noche en la zona centrosur de Los Angeles cuando una mano anónima lo balaceó por razones desconocidas. A los tres, como a miles, como a cientos de miles, como a millones, les cambió la vida.

En nuestro tiempo uno vive con miedo y el miedo vive con uno. Tanto, que hay lugares del mundo donde los consulados recomiendan a los viajeros no usar alhajas, no hablar en el idioma de uno, no perderse en callejuelas, no caminar de noche cuando pueda evitarse, excepto en Venecia. La vida se parece ya a las películas del futuro cuando el futuro era algo que podía inventarse.

"Y los medios tienen mucha responsabilidad en eso", apunta Emilio San Pedro, citando un estudio que evaluó el efecto de la información sobre la violencia en la actitud de una sociedad ante la violencia, uno de los factores del miedo. Los resultados son, necesariamente, contradictorios.

Según el documento, la cobertura de prensa tiene consecuencias serias en la forma en que la gente percibe la violencia y reacciona a ella, aunque esa percepción se vaya desgastando y se olvide. En Londres, por ejemplo, muchos lugares públicos -como las estaciones de metro o de tren- no tienen latas para basura porque son lugares en los que se pueden poner bombas fácilmente, pero es un detalle que ya nadie menciona en los medios. Hasta que estalle la próxima bomba.

El miedo, intenta definir el diccionario de autoridades, significa también "el recelo u aprehensión vehemente que uno tiene de que le suceda alguna cosa contraria a lo que deseaba, fundado en algún motivo", aunque eso fuera en 1734. Entonces, como ahora, esa sensación era concreta pero indefinible, algo que uno no puede describir pero reconoce en cuanto lo siente.

Lo que sentían hace un cuarto de siglo el chileno, el uruguayo, el argentino que pensaban distinto de los militares, lo que pensaban los cubanos de ambos lados del Golfo de México la semana pasada y el mes pasado y el año pasado, lo que siempre han sentido quienes cruzan la frontera hacia el norte, es miedo. Lo que tuvieron los guatemaltecos en su guerra, los salvadoreños en la suya, los nicaragüenses en la suya, fue miedo.

Algunos lo asumen y huyen o se quedan, pero muchos tratan de ignorarlo, de ponerle paredes y guardaespaldas y blindajes que terminan por ceder, como toda muralla, y se refugian en rutinas y negaciones. Otros no saben de qué se trata éso. Como Matías Zibell, quien desde la flor de su edad ríe y disfruta:

-A mí lo que me da miedo es ver cómo se va desapareciendo mi sueldo… -declara con azoro y desparpajo antes de irse intocado por la sombra del temor.

Y uno se ríe también, pero cuando sale a la calle mira hacia todos lados y camina con paso ligero.

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La Columna de Miguel
El mundo, el periodismo, la vida cotidiana, los estereotipos, las anécdotas, a través de la particular lente de Miguel Molina.

ÍNDICE DE CHARLAS

¿Quién salvará a El Salvador?
Hijos de la Vieja Albión
Sobre vivir con miedo
Mirarse en un espejo ajeno

Las interniñas y un viejo vestido de blanco
Ashley tiene una pistola
Recuento
Tres mitos para Caterine
Cosas que ya no tienen remedio
La noche en que el sistema se vino abajo
Los trenes ya no van a ningún lado
Clones y extraterrestres
Reflexiones de un ludita aficionado
Las olimpiadas ya no son un juego
Donde no se atreven la ibuprofen lisina ni el maleato de domperidona
Los niños de la calle y Bill Clinton
En tren, en góndola, en el baño
Qué piensa y qué oye Fujimori
Nada como no hacer nada
Gordon puede darse por muerto
Me preguntaron qué pensaba
¿Y el lunes qué?
Jardín del Edén
Se llama Kennedy y toca el violín con micrófono
Tecnología por tu bien (I)
Nunca tuvo ningún perro
Iloveyou
Días del trabajo
Elián y las niñas
Razones de amor para no fumar
Casi el paraíso
El derecho a preguntarle al presidente
Virtud de los peluqueros
El precio de la paz en Colombia
Ahí viene la guerra
In memoriam sombrero II
In memoriam sombrero I
Inútil divagación sobre la patria
Cercanía y distancia de México
Otros diez minutos sin Martí
La urraca, la zorra y el silencio
Ecuador: las manos en el fuego
Esa noche...
En descargo de la nostalgia
El dios y el diablo del teniente coronel
Fin del mundo y platos sucios
El niño y el mar
Cosas de noviembre
Cita con las estrellas
Días y noches de Miami
Tea, sir?
Mitos de Londres

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