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Las olimpiadas ya no son un juego




Desvanecidos por el tiempo, sepia en las películas, moviéndose como a saltos, uno ve correr, saltar, jugar a los atletas de principios de siglo y siente algo semejante a la gracia, y al mismo tiempo la compasión hace que uno mueva la cabeza y piense: "Pobrecitos…".

Luego se da uno cuenta de que el tiempo pasa. Aunque el esfuerzo del que salta, la soledad del que corre, la desesperación del que pierde siguen siendo las mismas, la aspiración olímpica que buscaba más alto, más fuerte, más lejos con la capacidad física de los competidores se ha transformado en más dólares, más dólares, más dólares con la capacidad financiera de los patrocinadores del comité olímpico internacional (coi).

El jueves, mientras esperaba en Sydenham el inexistente tren de las siete cincuenta y nueve, leí las historias de Paula Barila Bolopa y Alonzo Mourning, que ilustran perfectamente el cambio en las competencias deportivas que revivió el barón Pierre de Coubertin.

Paula -de Guinea Ecuatorial- tiene dieciocho años, Alonzo -de Estados Unidos- tiene veintiuno, y los dos deportistas competirán en los juegos olímpicos. Ahí se acaban las coincidencias. Paula es nadadora, no tiene trabajo y fue a Sydney sin más dinero que el estrictamente necesario para sobrevivir el tiempo que duren los juegos; Alonzo es basquetbolista, gana más de veinte millones de dólares al año y está en un hotel de cinco estrellas junto con sus compañeros de equipo. Dejé de leer cuando el tren llegó a Londres.

Recordé la historia del brasileño Gustavo Kuerten, que me había contado en el mismo tren E-Mary para dar un ejemplo de que hay quienes hacen lo que deben por las razones equivocadas. Kuerten, que es tenista, anunció que no participaría en los juegos porque en vez de usar el logotipo de su patrocinador tendría que usar -como el resto de los deportistas- el logotipo de una de las empresas autorizadas por el Comité Olímpico Brasileño. Después de un periodo de negociaciones, Kuerten y el COB acordaron que el tenista no usaría ningún logotipo, sicut era in principio.

Pero el daño está hecho. Pocos recuerdan ya los tiempos en que el espíritu olímpico consistía en reunir a deportistas amateurs para que compitieran en representación de sus países en deportes que casi nada tenían que ver con la maquinaria del dinero.

"Hay deportes como el tenis y el futbol, que ya tienen competencias importantes y no necesitan estar en los juegos olímpicos", apunta E-Mary, que sabe destas cosas. "Los juegos deberían reducirse a deportes de pista y campo, como era la idea original".

Y no le falta razón. Poco antes de comenzar los juegos, el coi expresó su preocupación por las dimensiones de la competencia, que congrega -además de cientos de miles de aficionados y miles de atletas- a miles de periodistas. La cosa se está volviendo inmanejable. Las olimpiadas ya no son cosa de juego.

Y nadie se sorprende. Glen-Marie Frost, del equipo que organizó los juegos de Sydney, justificó la comercialización olímpica con un argumento demoledoramente simple:
-No puedes tener los juegos olímpicos sin tener patrocinadores -le dijo al colega de la ³ÉÈË¿ìÊÖ que la entrevistaba desde Londres-. Te guste o no te guste, es una cosa comercial. Pongamos por ejemplo el hecho de que estemos sentados aquí: si no fuera porque las cadenas más importantes del mundo están pagando miles de millones de dólares ni siquiera podríamos tener este tipo de comunicación. Lo que quiero decir es que los juegos olímpicos son comerciales…

Y tiene razón. La madrugada del sábado, cuando me senté a escribir esta entrega del Diario de un reportero, releí con tristeza las palabras de Paula Barila Bolopa, que seguía sonriendo desde la foto que le tomaron para ilustrar su historia:
-No vine para ganar -reconoció con franqueza conmovedora-. Se que nunca podré ganar porque no tengo lo que tienen los atletas de otros países. Pero estoy aquí para hacer lo que pueda por mi país y no me voy a dar por vencida. Mi espíritu es fuerte. En el deporte, si tu espíritu no es fuerte estás muerta.

En ese momento me di cuenta de que todavía hay deportistas que uno ve en sepia, haciendo un esfuerzo que nunca es suficiente y que hacen que uno piense "pobrecitos", y deportistas que uno ve a colores en todas partes, promoviendo ropa o relojes, carros y perfumes, y que hacen que uno piense "qué suerte tiene este tipo".

Y también entonces me di cuenta de que el problema tiene una solución sencilla. Pero de eso hablaremos después de unos mensajes de nuestros patrocinadores.

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ÍNDICE DE CHARLAS

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Hijos de la Vieja Albión
Sobre vivir con miedo
Mirarse en un espejo ajeno

Las interniñas y un viejo vestido de blanco
Ashley tiene una pistola
Recuento
Tres mitos para Caterine
Cosas que ya no tienen remedio
La noche en que el sistema se vino abajo
Los trenes ya no van a ningún lado
Clones y extraterrestres
Reflexiones de un ludita aficionado
Las olimpiadas ya no son un juego
Donde no se atreven la ibuprofen lisina ni el maleato de domperidona
Los niños de la calle y Bill Clinton
En tren, en góndola, en el baño
Qué piensa y qué oye Fujimori
Nada como no hacer nada
Gordon puede darse por muerto
Me preguntaron qué pensaba
¿Y el lunes qué?
Jardín del Edén
Se llama Kennedy y toca el violín con micrófono
Tecnología por tu bien (I)
Nunca tuvo ningún perro
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Días del trabajo
Elián y las niñas
Razones de amor para no fumar
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Virtud de los peluqueros
El precio de la paz en Colombia
Ahí viene la guerra
In memoriam sombrero II
In memoriam sombrero I
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Cercanía y distancia de México
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Ecuador: las manos en el fuego
Esa noche...
En descargo de la nostalgia
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Fin del mundo y platos sucios
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Cosas de noviembre
Cita con las estrellas
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