Es la tercera y se llama SinfonÃa de las Canciones Lastimeras.
La compuso Henryk Mikolaj Górecki en 1976, y quien la oye por primera
vez se ve envuelto en una música verdaderamente intensa, dolorosa,
tristÃsima, y con razón, porque la SinfonÃa No. 3 de Górecki es un
lamento por la guerra y el amor perdido.
El azar puso esa pieza en mi tocadiscos cuando me senté a pensar en
las formas atroces que adopta la tristeza. Y de pronto, cuando menos
lo esperaba, aunque no lo haya esperado nunca, me di cuenta de que
estaba pensando en América Central, el hilo del Continente que está
a punto de romperse por lo más delgado…
Salvo Panamá -cuya Presidenta es alérgica a los mosquitos- parece
que el resto de la región no termina de acostumbrarse a la paz.
Aunque la guerra en Centroamérica es cosa vieja, y haya sido a veces
por asuntos tan vanos como un partido de fútbol, las más recientes
dejaron en la zona un arsenal de nunca acabar, y crearon una clase
que tiene -literalmente- las armas en la mano. Crearon al mismo tiempo
miseria y fortunas.
Por lo que sea, los paÃses al norte del paralelo 10 tienen problemas
internos y externos que no les dan tiempo ni espacio para hacer frente
a lo más necesario, a lo más justo quizá, a lo que verdaderamente
tendrÃa que importar en una nación. Pero ésto podrÃa ser sólo un efecto
de Górecki. Vamos a ver.
Honduras y Nicaragua se han enfrascado en un diferendo territorial
que desde el último dÃa de noviembre ha merecido escaramuzas declarativas,
amenazas, sanciones comerciales, reuniones de la Organización de Estados
Americanos, nuevas amenazas, mediaciones, balaceras en el mar, cables
de prensa…
No bastó el ejemplo de una guerra inútil, como son las guerras, entre
Gran Bretaña y Argentina por unas islas en las que no hubo problemas
hasta que alguien dijo son mÃas. Los isleños y sus vecinos tendrán
que esperar muchos años para que las cosas vuelvan a ser como antes
de Galtieri…
En este caso, Honduras y Nicaragua se disputan las islas de San Andrés
y de la Providencia. En el mapa que tengo no se ven, aunque se sabe
que están en el Golfo de Fonseca, y que no habrÃamos escuchado sus
nombres si no hubiera sido porque dos paÃses (más bien, dos gobiernos)
aseguran que las islas son de ellos.
A estas alturas del siglo (XX o XXI, lo que sea), lo más sensato sólo
puede ser preguntarles a los habitantes de las islas qué quieren ser.
Y si nadie vive en ellas, una es para cada uno de los paÃses. Y ya.
Pueden ahorrarse muertos y balas en nombre de un orgullo nacional
mal entendido.
Pero ahà no acaba la cosa. Antes que nada -globalifÃlica que es la
crisis- se produjo un obstáculo comercial entre Nicaragua y Honduras,
cosa de aranceles, asunto que alguien ha visto negociar entre copas,
que pone en duda, aunque no para siempre, la esperada integración
centroamericana.
El diferendo ignoró las instituciones centroamericanas, convocó a
los negociadores de la Organización de Estados Americanos, recurrió
a la Corte Internacional de La Haya, y usa -cuando puede- a la prensa
que todo lo cita y reproduce.
Y luego está el reclamo de Guatemala sobre Belice. Es una vieja historia,
la de un paÃs que estaba dispuesto a ceder territorio -lo que hoy
es Belice- a los ingleses por una carretera, que cambió de idea y
pidió dinero después, y que luego se inconformó porque Inglaterra,
la pérfida Albión, no cumplió el trato.
Yo estuve ahà la noche de 1981 en que la Honduras Británica de mis
libros de escuela se transformó en un pueblo y sus invitados que cantaban
Ya da fu we Belize, este paÃs es nuestro. El duque de Kent dio cuenta
de éso en nombre de la reina Isabel II.
HabÃa versiones de que los soldados británicos se habÃan acuartelado
en el Sur, de que las tropas guatemaltecas estaban listas y dispuestas
a tomar por asalto a la nueva nación tan pronto como naciera. De eso
se hablaba todavÃa en la recepción que ofreció el Padre de la Patria
y Primer Ministro, antes y después del aguacero que cayó durante la
ceremonia.
En el caso del reclamo de Guatemala, uno piensa qué harÃa el gobierno
guatemalteco si asumiera al mismo tiempo el dominio del territorio
beliceño y la obligación de ver por sus habitantes, que hablan inglés
en el mejor de los casos, y creole casi siempre. Como si Guatemala
no tuviera ya suficientes problemas. Como si no sirviera de nada que
los demás gobiernos de la región reconocen a Belice como nación soberana.
Luego está El Salvador, que después de una guerra de años sufre una
huelga de meses, que algunos interpretan como una invitación a la
vuelta de la bota, a cosas que se creÃan olvidadas. Y uno mira también
que de Estados Unidos regresan la hez, la canalla, los pandilleros
que aprendieron su oficio de sangre en las calles angelinas y vienen
a ejercerlo en la Madre Patria sin respeto alguno. Aprendieron bien.
Sus actividades también llaman a la bota…
Y la región se prepara para nuevos incidentes que -quizá, tal vez,
algún dÃa- se transformen en una guerra que produzca nuevos héroes
y nuevas vÃctimas. Cuando eso pase, encenderé mi tocadiscos. Sin duda,
el azar me hará que escuche la SinfonÃa de las Canciones Lastimeras,
envuelto en una música verdaderamente intensa, dolorosa, tristÃsima,
y con razón, porque es un lamento por la guerra, cosa de paÃses, y
el amor perdido, asunto de personas.
Nada más, pero también nada menos.
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