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Tres mitos para Caterine


Ladera norte del Popocatépetl vista desde el Iztaccíhuatl. (Foto gentileza Hugo Dager)

El mensaje que recib铆 en el apartado de correo electr贸nico de La columna de Miguel era breve pero preciso: "Debes meterle mitos a tu página; muchos ni帽os como yo tenemos tareas sobre eso. ok. Caterine Aristisabal. Bogot谩. Colombia". El hecho de que una ni帽a haya terminado leyendo lo que escribo me puso a pensar.

Y eso que estaba sentado en el sill贸n azul de la fisioterapeuta. Ten铆a la cabeza metida en un arn茅s que gentil pero irremediablemente me jalaba el cuello y me relajaba de forma inesperada, y me descubr铆 pensando algo que contarle a Caterine. Encontr茅 tres cosas sobre mitos.

Una

Cuenta la leyenda que hace muchos a帽os, unos tres mil a帽os antes de Cristo, hab铆a un lugar que la historia conoce como Mesopotamia, y que nosotros conocemos como la regi贸n del golfo P茅rsico desde la guerra de hace diez a帽os, y hab铆a ciudades con nombres de fantas铆a, como Eridu, Kish, Uruk, Isin, Lagash, Ur, donde viv铆an hombres y mujeres que inventaron la escritura y otras maravillas.

En esa tierra rodeada por los r铆os Tigris y 脡ufrates, los hombres hac铆an lo que los dioses y los dioses hac铆an lo que los hombres. Entre ellos hab铆a una diosa que mandaba sobre todo lo que brota y lo que florece, due帽a de lo que nace, patrona del amor y de lo amable, que conoci贸 a un joven cuya belleza hac铆a imposible que uno supiera si era humano o divino.

La diosa, que se llamaba Ishtar, decidi贸 hacer con el divino joven, que se llamaba Tamuz, lo que la primavera hace con los cerezos, como dec铆a Pablo Neruda. Y los dos se quisieron. Pero el amor, como la vida, es a veces breve. Estaba escrito que Tamuz muriera, como los humanos, y que Ishtar, como los humanos, sintiera tanto su p茅rdida que decidi贸 bajar a buscarlo al ultramundo (porque antes no hab铆a cielo ni hab铆a infierno).

Pero durante su ausencia pasaron cosas. Dej贸 de brotar la hierba en el desierto, dejaron de nacer los animales, y hasta la luz se hizo menos porque faltaban Ishtar y Tamuz, una pareja que Hollywood no se atrevi贸 a so帽ar. Y la tierra languideci贸 hasta que volvieron y todo volvi贸 a ser como antes, que es decir como siempre.

Desde entonces, Ishtar y Tamuz viven felices aunque las cosas hayan cambiado. Y cada a帽o, para no olvidar que la muerte del ser amado es una de las formas m谩s completas del dolor, los dos amantes bajan al inframundo y la tierra es gris y fr铆a, y el sol sale s贸lo por cumplir, hasta que Ishtar y Tamuz regresan y todo vuelve a ser como antes, que es decir como siempre. Con el tiempo, la leyenda se convirti贸 en una fecha comercial, y el nombre de la diosa fue cambiando hasta convertirse en Easter. Pero eso ya no es cosa de cuento.

Dos

Tambi茅n hace tiempo, pero no tanto, cuando los aztecas dominaban el valle donde ahora est谩 la ciudad de M茅xico, y eran amos y se帽ores de vidas y territorios m谩s all谩 de donde alcanza la vista, y sus monarcas eran guerreros y poetas y cient铆ficos a su modo, y conoc铆an las fases de la luna y el valor curativo de las plantas. Eran gente como uno, pues.

Y como uno, un joven conoci贸 a una joven y se enamoraron. La historia -que calla muchas cosas- no cuenta d贸nde se encontraron ni qu茅 se dijeron, pero apunta que 茅l era un gran guerrero, porque en esos tiempos la guerra estaba de moda, como ahora, y que ella era hija de un cacique.

Es f谩cil imaginar lo que sigue, porque los mitos y las leyendas hacen a sus personajes ser como los humanos. Lo que sigue es tragedia: el joven guerrero tuvo que ir a la guerra para ganar el permiso del cacique, y un rival suyo invent贸 que hab铆a muerto, y la joven entristeci贸 primero y luego muri贸 de tristeza.

Cuando regres贸 de la guerra, el joven tom贸 el cad谩ver de la joven y lo deposit贸 en lo alto de una monta帽a que tom贸 la forma de una mujer dormida. El joven tom贸 entonces una antorcha humeante y se sent贸 en otra monta帽a frente a su amada. Y los dos se convirtieron, lenta e irremediablemente, en volcanes.

Desde entonces est谩n ah铆, vigilando la inmensa ciudad de M茅xico desde lo alto, la joven Iztacc铆huatl y el joven Popocat茅petl, con nombres a veces impronunciables, monumentos de s铆 mismos. Y a veces Popocat茅petl se acuerda del amor y de su amada, y tiembla, y su antorcha echa humo trist铆simo鈥

Y tres

Hace apenas siete a帽os hab铆a un pa铆s en el que cuarenta millones de personas eran pobres. El pa铆s era rico, y el gobierno aseguraba que todos viv铆an mejor y que todo estaba bien porque hac铆a cuentas y las publicaba, y mucha gente las cre铆a y no pasaba nada.

Pero los cuarenta millones no ten铆an trabajo seguro ni pod铆an comprar medicinas si se enfermaban, y sus hijos no ten铆an escuela a d贸nde ir, y cuando iban a la escuela ten铆an hambre y no pod铆an aprender, y la vida era miserable en general y en particular.

El encargado del dinero del pa铆s aseguraba que no hab铆a pobres. 鈥淓se es un mito genial鈥, dec铆a ri茅ndose, y segu铆a haciendo cuentas y no pasaba nada, aunque la gente se preguntaba por qu茅 es tan dif铆cil ver a cuarenta millones de personas que no tienen nada, y por qu茅 es tan f谩cil ver a miles que tienen mucho.

Y as铆 pas贸 el tiempo. Un d铆a, la gente se cans贸 de que el gobierno siguiera diciendo que la vida era cada vez mejor y que todo estaba bien, y fue y vot贸 y eligi贸 a otro gobierno, pensando que las cosas iban a cambiar. Y en eso est谩n, esperando鈥
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El mundo, el periodismo, la vida cotidiana, los estereotipos, las anécdotas, a través de la particular lente de Miguel Molina.

ÍNDICE DE CHARLAS

¿Quién salvará a El Salvador?
Hijos de la Vieja Albión
Sobre vivir con miedo
Mirarse en un espejo ajeno

Las interniñas y un viejo vestido de blanco
Ashley tiene una pistola
Recuento
Tres mitos para Caterine
Cosas que ya no tienen remedio
La noche en que el sistema se vino abajo
Los trenes ya no van a ningún lado
Clones y extraterrestres
Reflexiones de un ludita aficionado
Las olimpiadas ya no son un juego
Donde no se atreven la ibuprofen lisina ni el maleato de domperidona
Los niños de la calle y Bill Clinton
En tren, en góndola, en el baño
Qué piensa y qué oye Fujimori
Nada como no hacer nada
Gordon puede darse por muerto
Me preguntaron qué pensaba
¿Y el lunes qué?
Jardín del Edén
Se llama Kennedy y toca el viol铆n con micr贸fono
Tecnología por tu bien (I)
Nunca tuvo ningún perro
Iloveyou
Días del trabajo
Elián y las niñas
Razones de amor para no fumar
Casi el paraíso
El derecho a preguntarle al presidente
Virtud de los peluqueros
El precio de la paz en Colombia
Ahí viene la guerra
In memoriam sombrero II
In memoriam sombrero I
Inútil divagación sobre la patria
Cercanía y distancia de México
Otros diez minutos sin Martí
La urraca, la zorra y el silencio
Ecuador: las manos en el fuego
Esa noche...
En descargo de la nostalgia
El dios y el diablo del teniente coronel
Fin del mundo y platos sucios
El niño y el mar
Cosas de noviembre
Cita con las estrellas
Días y noches de Miami
Tea, sir?
Mitos de Londres

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